«El buen médico trata la enfermedad;
el médico excepcional es aquel que trata al paciente con la enfermedad»
William Osler
Tradicionalmente, el enfoque del tratamiento del cáncer, independientemente de la localización del mismo, iba dirigido hacia lograr la supervivencia del paciente, o al menos, lograr el mayor tiempo libre de enfermedad, no entrando en valorar las condiciones en las que se desarrollaba la vida del paciente en este periodo libre de enfermedad. Históricamente, era el médico el que juzgaba los resultados tras el tratamiento quirúrgico. A menudo esos juicios eran arbitrarios y se realizaban desde la perspectiva del clínico a la luz de los resultados que cabían esperarse “dadas las circunstancias”.
El cáncer oral no iba a ser una excepción y en su tratamiento se producen secuelas muy invalidantes. Entre las secuelas funcionales, encontramos principalmente las relacionadas con la alimentación (ya sea por perdidas dentales, o por las limitaciones en la apertura oral, problemas para deglutir o masticar) y las relacionadas con la fonación ( o el habla). El mantenimiento de una adecuada función oral es de vital importancia y peso en la calidad de vida del paciente puesto que influye en actividades relacionadas con la actividad psicosocial diaria.
La preocupación del paciente en los primeros momentos de la enfermedad va encaminada a preservar su vida, aún a costa de una gran morbilidad, quizás por el desconocimiento de lo que realmente implica dicha morbilidad. Con el tiempo, la preocupación vital va minimizándose y cobra un interés creciente las preocupaciones por aspectos más prácticos. Es entonces cuando los profesionales sanitarios hemos de prestar especial atención a las preocupaciones e inquietudes del paciente buscando soluciones a aquellas que realmente sean mejorables. Es en este punto donde el cirujano no se debe contentar con el hecho de que la enfermedad esté controlada, que no aparezcan recidivas loco-regionales y que el paciente esté vivo sino que se debe perseguir una buena calidad de vida.
El cirujano debe estar entrenado no solo en las destrezas propias de la práctica quirúrgica, sino además deber ser conocedor de las implicaciones y preocupaciones que el cáncer oral provoca en los pacientes.
En este aspecto debe detectar cómo la enfermedad afecta psico-emocionalmente al paciente y debe saber cómo apoyarlo o dirigirlo hacia aquellos profesionales más conocedores de estos aspectos de la enfermedad. El Cirujano Maxilofacial debe saber escuchar al paciente y conocer sus preocupaciones, sus esperanzas y sus expectativas respecto a la enfermedad. Una vez conocidas el cirujano puede plantear soluciones tanto estéticas como funcionales a sus problemas.
Con el fin de detectar cuales son los puntos a los que el paciente da mayor importancia y como valora él su calidad de vida y las consecuencias que el tratamiento de su enfermedad le ocasionan se han desarrollado una serie cuestionarios que abordan no sólo los aspectos más importantes de la enfermedad neoplásica de cabeza y cuello sino también otros referentes a la vida del paciente. Todo esto puede terminar implicando a los pacientes en la toma de decisiones con respecto a su enfermedad con el fin de encontrar el mejor tratamiento posible, de acuerdo con las expectativas del propio paciente.